Ya habían pasado dos años de que el pueblo escogido de Dios había dejado las presiones de la esclavitud en Egipto. En medio del desierto, millones de ellos, ahora libres, están dormidos esparcidos en tiendas a lo largo del desierto hasta donde alcanza la vista. Mi esposo Bezalel y yo éramos de los escogidos. Mientras que el campamento aún estaba fresco y silencioso, desperté instintivamente antes de amanecer, como solía hacerlo desde que salimos de Egipto. Con mis ojos aun cerrados y mi alma retorcida con dolor, yo esperaba que los eventos espantosos de ayer fueran solo un sueño. Vencida por la desesperación, no tenía la voluntad de enfrentar el día, aún menos el resto de mi vida. Mis circunstancias eran tan emocionalmente abrumadoras que habían empezado a afectar mi cuerpo físico también. Al enderezarme de mi cama, mi cabeza vibraba y mi corazón latía. Suponiendo que mientras estuviera viva tenía que comer, logré oscilar mis piernas adoloridas y tiesas para el lado de la cama para iniciar la tarea de recoger maná para el hogar ese día. La realidad de que esta tienda ventosa en este desierto árido, estéril y sin vida sería mi hogar hasta el día que partiera de esta tierra, me sumergía. Con aliento forzado, sostuve mi cabeza pesada en mis manos y lloré incontrolablemente sin importar que despertara mi familia que dormía.
Con su cabeza aun apoyada en la almohada, Bezalel se extendió y movió mi hombro suavemente sin decir una palabra, aunque él estaba en su propio infierno. Su roce, lo cual usualmente me calmaba, no proporcionó ningún alivio. Pero retrocedí y toqué su mano, solo para dejarle saber que me importaba que a él le importara.
“Platícame, Chaya,” dijo suavemente, aun sosteniendo mi mano y acariciándola como lo hacía cuando necesitaba que yo le abriera mi corazón.
Aparté la mirada por unos momentos para poner en orden mis pensamientos claramente. Antes de que pudiera comunicarle mis sentimientos, primero necesitaba entender yo misma lo que estaba sucediendo en mi interior.
“Estoy cansada, y no estoy segura si puedo seguir haciendo esto,” dije con un corazón adolorido, mientras volteaba a mirarlo directamente en sus ojos. Respiré, desahogadamente con el fin de poder decir lo que pensaba desde hace mucho tiempo. “Estoy cansada de este desierto miserable y vacío, cansada de tratar de hacer lo recto, pero sin ningún resultado, simplemente cansada de esperar en que Dios de mantuviera su promesa para que valiera la pena vivir nuestras vidas.”
Bezalel no solo había estado escuchando mis palabras, sino también estudiando con cuidado mi rostro y lenguaje corporal. Yo podía discernir que él deseaba entender a fondo todo lo que yo pensaba y sentía para poder darme su consejo sabio que yo necesitaba desesperadamente.
Reflexionó por un momento, cuidadosamente escogiendo sus palabras. Después dijo, “Yo te conozco mejor que nadie en la faz de esta tierra, y sé que eres una mujer de carácter fuerte. Con mis propios ojos, te he visto superar mucha más adversidad que la poca incomodidad y la larga espera que vienen con estar en este desierto. Así que tú puedes hacer esto. ¿Tengo razón?”
Consideré sus palabras y tuve que admitir que él tenía razón. Me había visto perseverar a través del extremadamente doloroso aborto de nuestro primer hijo, y su lucha con el adulterio, lo cual yo sabía que él lamentaba profundamente. Y él había presenciado todas las otras desgracias que yo había superado.
“Sí, tienes razón”. “Siempre tienes razón,” le dije, agradecida por su amable perspectiva. Conforme sentía que mis hombros se relajaban, y mi cara se ablandaba, me incliné y rosé sus labios con un beso para decir “gracias.” Me animé con sus palabras de sabiduría, las cuales me dieron la fuerza que yo necesitaba para continuar. Con mi nueva resolución, estaba determinada a no sentirme decaída ni vencida por el desierto, sino hacer que todo esto funcionara para mí y mi familia. De una manera u otra, lo haría que produjera buen fruto para nosotros,1 todo el tiempo que viviéramos.
Mi esposo sabio me dio un pensamiento crucial más para considerar. Dijo, “No pierdas la esperanza en Dios aún. Quizás él tenga un plan para sacar algo magnífico de esta jornada por el desierto.”